lunes, 13 de agosto de 2012

10. Un camino

Dejá que hoy el viento te haga volar
sacando los brazos afuera

Lisandro Aristimuño



Uno monta el vehículo como se tomaría de la mano de un amigo de viaje. Toma precauciones que nunca son suficientes. Llueve. Comenzó a llover de repente, sin anuncios; nos tomó por sorpresa y corrimos a quitar la ropa del tendedero. Por eso llevo una muda extra en una bolsa de plástico que sujeto a mi vehículo y me encamino. 

Apenas una rodada basta para que las llantas sean otras. El oscuro del caucho se vuelve más oscuro. El agua que circula por la calle se parte en dos al paso de las ruedas. Sobre la camiseta blanca me vestí una sudadera negra, que se pinta de gotas de lodo que se levantan del piso. 

Sobre la avenida, bajo la lluvia, el paisaje se transforma; el tiempo corre a otro ritmo, el viento se lleva trozos de ciudad de un lado a otro y en medio quedamos los humanos. Hay otra ciudad, que parece haber sido pintada por Dalí, en el agua del suelo.

Llueve de arriba a bajo. También en arcos. Llueve cuando los buses golpean las hojas de los arboles. Llueve y me mojo. El manubrio es un asidero mojado. En el guante de la mano derecha se mojó el papel con las instrucciones de la ruta. Me dirijo a Envigado. Intento recordar las instrucciones y me sorprendo cuando me percato de que tomé los caminos correctos.

"Giras a la derecha y ahí empiezas a subir." Dijo Silvia, que colaboró señalándome el camino. Ignoró que pensó cuando me dirigió a esa pendiente. Subo y subo y subo. Salgo del centro comercial y sigo subiendo y continúo hacia arriba, entre arboles de especies que desconozco y varas de bambú; bajo parvadas de aves y  el frío que dejó la lluvia. 

Arriba  se respira distinto, aunque pasen automóviles a un lado. Las nubes, a lo lejos, se ven hacia abajo. Medellín es un pedazo de caos a la distancia. 

El problema del turismo portátil es que la cámara impide la experiencia plena. Por hoy decido guardarla en el morral adaptado con cintas reflectantes y me limito a un par de fotos. Hoy toca vivir y guardar las imágenes en la olvidadiza, pero poderosa mente. 

Las piernas de un ciclista urbano se cansan en la cuesta. Respiro aceleradamente. Permanezco un tiempo arriba y luego viene el descenso. Se baja rápido, se acaba rápido, aunque por dos horas permanezco en el salto del tope a toda velocidad. El viento golpea la cara. Las piernas se tensan y los pies se adhieren a los pedales. Quiero gritar y grito. Por alegría, por la calma que sólo se encuentra en la violencia de saberse menos que el viento, pero mucho más que una ciudad con tendencias antropófagas. Cuando bajo caen algunas gotas, a manera de despedida y con el impulso que queda, levanto los brazos y dejo que se vuelvan parte de mi cuerpo.